viernes, 24 de abril de 2009

39. [Cuenta-Cuentos]


Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas.
En realidad, él estaba convencido de que no habían llegado así como sí, sino que habían volado de los labios de su musa –la que hacía que el viento se sonrojara al tocarla- y habían surcado el mundo hasta sus manos.
Y la verdad, habían llegado justo a tiempo. Porque las palabras se agolpaban desordenadamente en su cabeza formando un cúmulo de sentimientos y recuerdos que ni sabían y ni podían salir. Había pensado que perdería la razón, pero ahora todo parecía menos confuso.

Todo comenzó aquella noche en el lago del bosque cercano; había salido a pasear, porque la noche se le hacía pequeña desde la ventana y él necesitaba liberarse.
Mientras se deslizaba entre los árboles como un autómata la apatía se filtraba en cada fibra de su ser… hasta que la vio, de espaldas a él.


Su cuerpo pálido parecía esculpido de pura nieve y prometía un oscuro sacramento; su cabello parecía hecho de las mismas sombras vivaces, insinuándosele al viento… cada movimiento de aquella mujer le cautivaba por completo, pero sólo tuvo la certeza de haberse perdido para siempre cuando ella se giró hacia él y vio en sus ojos verdes el rostro del pecado, en sus labios de fuego el camino al infierno.

Ella le ofreció perderse en el edén prohibido que se escondía más allá de sus caderas sinuosas, y él le entregó su alma para siempre.
Y así volvieron a él las palabras cuando menos lo esperaba, porque era inevitable el escribir. El escribirla a ella.

Todos sus pensamientos, sus latidos, sus palabras eran para su valkiria de placer desinhibido, para el recuerdo sus cuerpos subyugados en el fuego de la noche.

Entendió que no había perdido la razón, sino que ella se la había llevado consigo.

jueves, 23 de abril de 2009

38.


Anoche te encontré.

Cuando paseaba por las calles oscuras de mi subconsciente vi tus ojos observándome desde un rincón.
He pasado mucho tiempo buscándote sin saberlo, buscándome a mí también… y me he encontrado buceando en el mar inmenso de tus ojos, naufragando en tus palabras y llenándome de ti.
Y por fin me siento en armonía conmigo misma.

Mi cuerpo se ha convertido en un bosque del que tú, comos los druidas, has descubierto todos sus secretos y lo has llenado de magia en cada noche.

Ahora quiero ser tu ninfa para siempre.

miércoles, 15 de abril de 2009

37.

Te he suplicado perdón y ahora me doy cuenta de que sólo tú tuviste la culpa. Tú, que te colaste en mi vida sin permiso y me obligaste a necesitarte, a quererte a rabiar. Que te colaste en cada fibra de mi ser y, enredados en la maraña de nuestros cuerpos desnudos, estallamos de placer.

Que me has robado la primavera y me has dejado un invierno cargado de vejez, un alma cargada de vasos y vasos de embriaguez; unos besos robados y un nos volveremos a ver.

¿Cómo lo ves?

No voy a pedirte perdón si me robas la ilusión y me empujas a tus pies, para darle una patada al corazón… y dejarme otra vez.

miércoles, 8 de abril de 2009

36.


Quiero ser lo único que te incite a pecar.

martes, 7 de abril de 2009

35.


- Algún día encontrarás a alguien, es inevitable.
- Ya te he encontrado.
- ¿Crees que esto es amor? Sólo eres una niña. Te cansarás de esperar, y correrás a refugiarte en otros brazos.
- No soy una niña… –replicó- y seguiré esperando.
- ¿Merece la pena?
- Contigo siempre la merece…

sábado, 4 de abril de 2009

34.


Entró en su vida de casualidad, no sé si por azar o broma macabra del destino. Ninguno reparó en el otro, hasta que una noche él la dijo: como si fueras una droga atraes a todos los hombres, menos mal que yo soy inmune a tu efecto.

Y ella supo que tenía que conocerle; y lo hizo. Durante meses se encontraron sin verse, se buscaron sin hallarse -pero sin perderse-, hasta que un día ella descubrió el inmenso mar de sus ojos negros -siempre esos ojos negros- y él la sonrisa embelesada que se dibujaba en sus labios al reflejarse en ellos.


Pese a la desconfianza de él y la frialdad de ella -fruto, probablemente, de la timidez tras su, antes, sombría determinación- sus almas se fueron uniendo como si se atrajesen por algún tipo de flujo magnético.
Nunca hablaban de su relación; nunca se decían “te quiero”, ni tampoco se expresaban cuánto se habían echado de menos cuando uno de los dos se ausentaba durante una temporada. Hasta que un día él, por casualidad, y sin ser consciente en absoluto de sus palabras, le dijo: Ve, ponte más guapa, pero vuelve.
Entonces –sólo entonces-, ella tuvo la seguridad de amarle.

Y cuando el tiempo y la distancia les separaron por completo –más a él de ella que a ella de él-, supo que aunque alguna vez volviera a enamorarse y otro corazón durmiese junto al suyo, ella seguiría amándole de la forma más pura.

viernes, 3 de abril de 2009

33.


Éramos esos, los que nunca escriben en pasado
porque el tiempo es importante sólo si estás a mi lado.

Ahora somos tímpanos reventados por te quieros,
silencios que se pierden en el eco de tus miedos.

Yo soy el resultado de estos años sin tu cuerpo,
sin la droga que se instala en lo profundo de tus besos.



Somos esos, que se olvidan cuando ya no sopla el viento
y en el fondo de tu alma se adormece un sentimiento.

Somos tormenta en medio de un cielo abierto,
los ojos el abismo, las llamas del deseo.

Eres simiente de dolor y de amor agonizante,
la quemazón de la locura de tenerte y olvidarte;

Eres la sombra que desprecia la inocencia que hay en mí,
yo los labios que te cantan a capella y te cubren de carmín.

jueves, 2 de abril de 2009

32.

Apatía y tristeza ahora vendrán, que ya he puesto la mesa y sobre ella, desnudas, mis putas dudas.

Tranquila cosita, no ha sido nada... pa' el corazón tiritas y pa' mi rabia, pomada.


Sínkope - A Un Beso Mío Le Llaman Ruina

miércoles, 1 de abril de 2009

31. [Cuenta-Cuentos]

(Pedir perdón porque la historia ha salido más larga de lo que había previsto, y agradecer especialmente a Juliette su ayuda y su apoyo incondicional)

Yo sólo quería un café y ¿ahora resulta que su destino está en mis manos? Os lo contaré desde el principio…

Diecinueve de Septiembre; un pálido sol, agotado seguramente del verano, se escondía tímidamente entre las nubes que cubrían el cielo.
Lo cierto es que la mañana se pintaba de color desastre. Lo supe en el momento en que abrí el armario de la cocina y descubrí que la bolsita del café estaba vacía. Yo no soy persona si no me tomo un buen café por las mañanas, así que me vestí y salí antes de casa con la intención de parar en cualquier cafetería de camino al trabajo.

Entré en una que hacía esquina, a un par de manzanas del hospital donde trabajo. Me acerqué a la barra y tras un saludo de cortesía hacia la camarera pedí un café manchado y un croissant. ¿Sabéis cuando uno sabe que está siendo observado aunque la persona en cuestión esté detrás de ti? Esa especie de pinchazo en la nuca… como si tuvieses algo clavándose poco a poco en tu interior. Yo sentí esa punzada y, cuando giré la cabeza disimuladamente, le vi ahí, sentado en la mesa más alejada, solo, con los ojos negros fijos en mí.
Me di la vuelta rápidamente, con la seguridad de que me había visto mirarle, aunque, siendo justos, él también me había mirado. De hecho, seguía mirándome; así que me giré de nuevo con cara de pocos amigos, y él, sin embargo, sonrió. Ladeé ligeramente la cabeza, sin entender muy bien qué era lo que quería. Como respuesta, con una mano me indicó que me acercase. Y, aunque visto desde aquí parezca una locura, me acerqué; me acerqué porque tenía curiosidad, y porque había algo en aquel hombre que me inquietaba y atraía a partes iguales.

- ¿Qué quiere? –pregunté, dejando el café y lo que quedaba de croissant en la mesa mientras me sentaba en la silla que había frente a él. Se encogió de hombros.
- Sólo compañía –sonrió-. Me llamo Hugo, ¿y tú? Perdona si te tuteo, pero me parecen aburridas las formalidades –vacilé un momento, pero suspiré.
- Diana.
- ¿A qué te dedicas?
- Soy enfermera en el hospital que hay a un par de manzanas de aquí.
- Ah, sí… lo conozco –sonrió; había algo en su sonrisa que hipnotizaba.
- Y tú, ¿cómo te ganas la vida? –Hugo se rió.
- Sobrevivo –dijo simplemente, encogiéndose de hombros.
- ¿No haces nada? –él negó con la cabeza- ¿Nada de nada?
- Nada de nada.
- ¿Entonces vives en una especie de… cartón o algo por el estilo? ¿Debajo de un puente? –él volvió a reír y aunque yo hablaba completamente en serio, no pude evitar sonreír también.
- No, diría que no.
- Ya veo… -miré el reloj un momento- Dios mío, es tardísimo. Tengo que irme a trabajar, lo siento –apuré el café que me quedaba y dejé algo de dinero sobre la mesa, suficiente para pagar lo de los dos.
- Puede que no trabaje… pero no necesito tu dinero –a pesar de sus palabras el tono no era hostil, sino todo lo contrario, y empujó el dinero de nuevo hasta a mí, poniendo la misma cantidad de su bolsillo-. Invito yo.
- Bueno, pues… gracias –sonreí.

Había recogido mi abrigo y mi bolso, y cuando ya me había dado la vuelta –con cierta reticencia- su voz sonó otra vez a mi espalda.

- Diana… -me giré rápidamente.
- ¿Sí?
- ¿Por qué no te quedas otro rato?
- No puedo faltar al trabajo…
- ¿Por qué no? Estás enferma…
- No lo estoy –arqueé una ceja.
- Ya… pero eso ellos no lo saben. Además, tienes cara de enferma… -sonrió, pícaramente. Le miré un momento, dubitativa… y reí.
- Es una locura…
- Lo es. Pero es lo mejor que tiene la vida.
- ¿Y cómo sé que no eres un psicópata violador? –se encogió de hombros.
- No lo sabes… de hecho, me lo estaba planteando –bromeó, y yo puse los ojos en blanco.

Pasamos la mañana juntos, hablando de nuestras respectivas vidas. Le conté que vivía en un piso del centro, con una compañera del trabajo a la que apenas veía. Él, sin embargo, vivía solo en una especie de pensión.
Y nos pasamos así el día, paseando, probando los últimos helados antes de que el otoño se instalase definitivamente en la ciudad y colándonos en nuestros corazones, aprendiendo el uno del otro; a pesar de esa sensación de quién husmea entre las cosas de un extraño –así era, en realidad-, cuando empezó a anochecer ya tenía la sensación de conocerle de toda la vida. Cada minuto me parecía fascinante, un soplo de magia en una vida de absurda rutina.

Cenamos en una especie de bar al aire libre en medio de un parque, por lo visto cenaba allí a menudo y el camarero pareció sorprenderse de verle con compañía.
Cuando terminamos era ya noche cerrada, y empezaba a refrescar. Me encogí en mi abrigo, y él se dio cuenta.

- Ten… -me echó su abrigo por encima. No me había dado cuenta, pero parecía sumamente delgado ahora que le veía sólo con una vieja camiseta- te acompañaré a tu casa.
- No es necesario, en serio… además, está muy lejos. Cogeré un taxi.
- Bueno… -titubeó. Le miré, parecía nervioso. Sólo entonces me fijé en que adoraba la forma en que ese mechón de pelo negro le caía sobre el rostro.
- ¿Sí?
- Siempre puedes venir a la pensión… -dijo, a media voz- si quieres…

Cogí su mano y caminamos hasta allí, en silencio, como si tuviésemos miedo a lo que vendría después.
Nada más entrar por la puerta de la habitación me giré y, poniéndome de puntillas, di un pequeño beso en la comisura de sus labios y sus manos se deslizaron por mi cuerpo lentamente, deshaciéndose, a su paso, de mi ropa. Le ayudé a desnudarse, entre besos, y cuando me llevó hasta la cama estábamos tan acompasados, tan dentro el uno del otro, que nuestros cuerpos parecieron fusionarse en uno solo.
Sólo las estrellas fueron testigo aquella noche de cómo nos amamos, como dos desconocidos que se han amado siempre sin saberlo, desde antes de conocerse.

Pero a la mañana siguiente, cuando desperté, de aquel amor surgido de repente, de aquel flechazo, sólo quedaban los restos: una nota y una rosa sobre la almohada:

Siento despedirme sin besos, y sin caricias de por medio. Cuando te vi ahí, con el pelo recogido y la vista hacia tu nunca, supe que sería la primera noche y la última en que mi corazón latiría de verdad. Siento no poder pasar la vida a tu lado, porque créeme, desde que te vi es lo único que he deseado. Y lo que más siento es tener que decirte que me muero, Diana, que la enfermedad me consume y nadie puede ya salvarme, por eso te pido que me recuerdes como lo que fuimos esta noche.


Y comprendí que Hugo es de las personas más valientes que he conocido en este planeta. Yo sólo quería un café, y resultó que su destino estaba en mis manos.