jueves, 25 de febrero de 2010

114.

Nunca me costó imaginarme sus miradas, ni sus sonrisas. Imaginar, soñar... siempre han sido mis actividades favoritas... pero ahora todo es distinto. Febrero ha cambiado imaginar por añorar.

Añorar, por ejemplo, el rojo de su pelo las pocas veces que lo bañaba el sol. El blanco de su piel, que se confundía con la nieve que nos rodeaba, la nieve a la que yo ya estaba acostumbrada pero aprendí a ver de nuevo a través de él, de otra forma.

Añorar contar las pequitas de su cara, llevarme otras cuantas con los labios, de su espalda. Añorar su forma de mirarme, como si de verdad fuera guapa. Sus abrazos desde atrás, su barbilla en mi hombro, sus palabras. Robarle a la noche el calor que nos negaba.

Echar de menos los cafés en cualquier sitio, a cualquier hora de la tarde o la mañana. Hacerle elegir cualquier cosa, por tonta que fuera, sólo porque me gusta la expresión de su cara. Su voz. Su risa. Los calambres que le daba. Los que él me daba a mí. Que se comiese mi pelo cada vez que me besaba. Su lengua abrirse paso a mi garganta. Que me dijese "qué suavita estás", aunque él lo fuese mucho más. Su pijama. Su olor.

Añorar, también, que me despertara con un beso en la cara y ser la suya lo primero en ver cada mañana, lo último cada noche. Sentirme más cómoda que nunca y, a la vez, nerviosa perdida. Conocer a las mariposas de las que me he reído toda la vida. Los latidos de su corazón. Sentir que el mío se me iba a salir del pecho. Su mala suerte, aunque dijese que era mía. Sus mensajes a las 5 de la mañana, aunque estuviésemos a dos metros de distancia...

...estar sólo a dos metros de distancia.
Echarle de menos. A él, a mí, a lo que soy con él.


Hace poco tiempo éste blog cumplió un año. Yo cumplo hoy otro más, por eso he esperado hasta éste momento para contarlo. Ha sido un buen año, con sus idas y venidas, pero un buen año. Con un cierre inmejorable y un principio del nuevo igual de bueno.
Gracias. A todos los que habéis leído, comentado y seguido. Pero en especial, gracias a los que habéis llegado hasta aquí, a pesar de que últimamente no haya tenido mucho tiempo para dedicar a los blogs y a comentaros. Espero seguir otro más, y seguirlo con vosotros.

Sigo soñando, seguid soñando.
En el momento más inesperado, los sueños se hacen realidad.

jueves, 18 de febrero de 2010

sábado, 13 de febrero de 2010

112.


Lo que envidio de los niños es que, en realidad, todo les da igual. Da igual que el chico de la clase de enfrente venga y te tire de la coleta, después te regala la mitad de su chicle y volvéis a jugar. Siempre he creído que esa etapa, en la que tienes imprimada de forma absurda e incoherente la palabra “perdonar”, es la mejor de nuestras vidas. A mí me duró poco.

Hace años, creía en muchas cosas. Cuando era niña, me esforzaba en pensar que hasta en el fondo de la persona más injusta y deplorable se escondía siempre algo de bondad. Creía, o quería creer, que podías confiar en las personas: sembrar y cosechar. Así de simple lo creía porque así de simple me resultaba a mí. Me equivocaba.

Ya entrando en la adolescencia, cuando poco a poco iba olvidando los retazos sueltos de inocencia que la mente me permitía recordar, me di cuenta de que la vida es el chulo que nos manda a las esquinas a abrirle las piernas al dolor y la soledad. Porque da igual lo que hagas y lo mucho que te esfuerces en confiar.

En éstos años me he dado cuenta de que la amistad es muy relativa, que una persona está ahí cuando no tiene otro sitio donde estar, la mayoría de las veces. Que te sueltan un “te quiero porque eres especial” y, en realidad, siempre vas a ser lo último en lo que pensar.
Me he dado cuenta también de la ligereza con que se utilizan esas dos palabras, “te quiero”. Que hoy en día la amistad es un espejismo y que, como diría La Fuga, hay demasiado “amor de contenedor”.

Lo peor no es que tú no le importes a nadie… lo peor es que a ti ya nada te importa.

viernes, 12 de febrero de 2010

111.

Contaban algunas
que había un caballero
que en vez de una pluma
llevaba la luna
prendida al sombrero.

Si le preguntaban:
¿por qué esa rareza?
El hombre explicaba
que le recordaba
a una princesa.

-¿De grandes riquezas?
-inquiría un niño-
-De labios cereza,
mirada traviesa y
la piel de un armiño.

-¿En qué se parece
su dama a la luna?
-De noche adormece
su alma y la mece
en sueños de espuma.

Muriendo de pena
me dejó el corazón;
su belleza plena,
canto de sirena:
todo se lo llevó

en un amanecer
en que el sol quemaba
su cuerpo de mujer...
sólo pude coger
su luz y guardarla.

miércoles, 10 de febrero de 2010

110.

Otra vez nos coge el amanecer con el sueño abandonado, con recuerdos desnudos de cosas que en realidad
nunca han pasado. Como decirte, por ejemplo: eh, que tú y yo nos conocemos desde hace casi los mismos años que vidas tiene un gato, pero hemos vivido más que siete gatos juntos. Y hablando de momentos inventados, siete segundos pasaron la medianoche cuando me besaste para celebrar el año nuevo que había entrado. Y como siete es tu número, siete son los besos que te guardo.

A la mierda mi silencio, que ya son muchas las cosas que me he callado. A la mierda mariposas, que ya te dije: contigo, tormentas de viento huracanado.
Que me he bebido tanto tus sonrisas, tus palabras, que ahora que llega la borrachera, en vez de ver borroso, Febrero me parece primavera.


PD: Tres sílabas. Ocho letras.